Pepa Pig, el autismo y el consumo responsable. Aunque no parezca, también es un post sobre política.

Hace unos meses estaba viajando en mi auto hacia el taller que confecciona nuestros pañales ecológicos GoGreen. Es un camino precioso, bordeando un río, con árboles y mucho verde. En la radio conversaban sobre las noticias falsas. No era un tema que me interesara demasiado pero estaba lo suficientemente relajada y disfrutando del paseo. Así que pude mantenerme abierta y seguir escuchando como discurría el diálogo mientras yo me deslizaba plácidamente sobre la ruta serpenteante. Así, con la fluidez con la que pasaba cambios, fui entrando en un tema que habitualmente no captaría mi atención.

Siendo una fiel adherente a la verdad, si hay algo que realmente me hace reaccionar con enojo es la mentira. Mis hijos lo saben bien. No importa qué hayan hecho, pueden decirme la verdad porque una de las pocas cosas que me hace enojar es que me mientan. Bueno, no es para tanto. Me enojan unas cuantas cosas más. Como cuando estoy cansada… todo me enoja. También me enoja que se peleen en el auto o tener que llamar a cenar cinco veces para que reaccionen y se dignen a venir a la mesa.

Pero volviendo a la ruta, la radio y el informe. El periodista comentaba una serie de estrategias que se utilizan actualmente en el ámbito de la información digital con fines de manipulación. Se crean noticias falsas que forman opinión pública y logran así  dominar tendencias de mercados económicos, políticos y sociales. Esto sucede incluso por accidente. Para poner un ejemplo mencionaron el caso de un posteo de un ciudadano estadounidense que publicó en su facebook una foto de numerosos micros trasladando gente en una localidad donde Trump estaría haciendo un evento campaña.

La foto fue la chispa que encendió una verdadera explosión con cientos de miles de «compartidos» y «republicados» armándose una bola de nieve inmensa y la publicación fue mencionada en los noticieros nacionales. Se hizo tan viral que la agencia de turismo dueña de los micros salió al cruce aclarando que no se trataba de una movida política, sino que estaban trasladando pasajeros a un congreso científico.

El autor de la foto, un tipo honesto y nada malintencionado según la opinión del periodista, publicó entonces una aclaración desmintiendo su versión original. Pero esta segunda publicación tuvo una repercusión ínfima, muy pocos la vieron y no se viralizó en absoluto.

Cientos de miles de personas aun están convencidas de que la campaña de Trump, ese día, en ese lugar, trasladó mercenarios pagos para rellenar un evento político antiético, perverso y por qué no, diabólico.

El periodista explicaba el complejo contexto social relacionado con el fenómeno: no solamente existen agencias de noticias falsas que salen indemnes de (casi) todas sus sucias jugarretas sino que también las propias redes sociales, como Facebook, alimentan el fuego del consumo de este tipo de noticias, haciendo un cuidadoso (y espeluznante) rastreo de nuestras opiniones políticas, de nuestros hábitos de consumo y de nuestras ideas más amadas y temidas. Ya sé que lo sabés, pero digámoslo de nuevo: Facebook gana dinero gracias a que le das libre acceso a tu privacidad. Y nos tira bien arriba en el muro artículos, promociones y notas que reafirman y reflejan nuestra visión -siempre parcial, hay que reconocerlo- de la realidad. No es tu culpa que tu visión sea parcial. La mía también lo es. La de todos. A menos que te tomes el trabajo de ir de incógnito a la cueva del enemigo y aprendas a amarlo sin perder tus convicciones, como hizo Theo Wilson: un hombre negro infiltrado en la ultra derecha alternativa de Estados Unidos.

Sé que estoy escribiendo al filo del precipicio. Y concientemente NO QUIERO ENTRAR en el asunto nacional porque lo que tengo para decir trasciende todo tipo de oritentación política. Lo que nos pasa como argentinos está pasando a nivel mundial. Hay división. Hay bandos. Hay enemistad sostenida por sospechas ideológicas donde antes hubo lazos de amor y amistad. Yo veo la grieta. A veces me paro de un lado. A veces del otro. Pero en realidad quiero caminar por medio de su hoyo negro y ver con qué me encuentro. Amo demasiado a mis amigos de ambos bandos. Ya no quiero estar de acuerdo con todos los que me rodean, sino que quiero aprender a amarlos pese a nuestras diferencias.

El hecho es que en la era digital, todos somos consumidores de información. Y así como los pañales ecológicos que fabricamos responden a una necesidad del mercado y permite a miles de familias ser consumidores responsables que buscan minimizar el impacto causado por su huella ambiental, quisiera que del mismo modo mi trabajo como educadora responda a la necesidad de miles de familias de ser consumidores responsables (y a salvo) de la información digital sobre crianza, salud y desarrollo para minimizar la nociva huella sistémica causada por la manipulación mediática.

Así, por ejemplo, cuando a una madre que está haciendo todo lo que está a su alcance y más allá, moviendo cielo y tierra para encender el aprendizaje de su pequeño niño con un potencial diagnóstico de desarrollo, es fundamental que ella sepa que no es cierto que Pepa Pig causa autismo. Que esa fue solo una noticia falsa más, aunque más perversa que muchas otras. Que el portal que publicó esa información malintencionada y mentirosa es conocido por no ser fiable, que la nota originaria nombra científicos e investigaciones inexistentes y que a los días, después de haber obtenido millones de visitas, se publicó impunemente una desmentida que apenas vieron un puñado de personas. Es cierto que mirar pantallas no es lo más indicado para la primera infancia por muchos motivos. Pero de ahí a decir que Pepa Pig es causante de autismo hay un abismo. Es como cuando decían que los cassettes de Xuxa escuchados al revés eran diabólicos… o que Hello Kitty es el mismo demonio camuflado de gatita buena… Si vamos a consumir información, es imprescindible que defendamos nuestro derecho comunitario a no ser engañados de todas las formas que seamos capaces de concebir.

Y ya que estamos, quisiera de una buena vez por todas que el mundo entero entienda que las madres no son la causa del autismo en sus hijos. Esa es otra mentira inventada sin ningún fundamento ni pudor por la mismísima comunidad científica de la década del ´40. La misma comunidad científica que ahora declara haberse equivocado y mal interpretado los hechos. Aun hoy, 17 de febrero de 2018, los científicos e investigadores no saben a ciencia cierta qué es lo que causa el conjunto de síntomas que pueden definirse como autismo aunque tienen muchas pistas: algunos van tras el microbioma alterado del intestino, otros por los contaminantes ambientales, las intolerancias alimenticias y quizás (aunque aun no lo identifican claramente) cierto trastorno neurológico de base genética. Pero sí hay algo que saben con certeza: saben qué no causa autismo, y definitvamente saben que no son las madres. Así y todo, profesionales de la salud y la educación siguen acusando a las madres de mil formas camufladas bajo el disfraz de sanos consejos y buenas intenciones. Enorme y maligna mentira.

Pocas veces he visto mujeres con ese tipo de fuerza en la mirada y la acción, de intensidad en el amor y en la humildad, de vocación de aprendiz eterno y de capacidad de sacrifico como las madres de niños con diagnósticos. Las amo. Y son merecedoras de mi más íntegra admiración y respeto. En honor a ustedes y a sus bellísimos hijos, he escrito este artículo.

 

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