Que sepa abrir la puerta para ir a jugar, niños versus televisión

© Fernanda Raiti.

Francesco Tonucci

Hace 4 flamantes meses hemos contratado por primera vez en nuestra familia un servicio de televisión pago. Tal vez porque no estoy acostumbrada a ver televisión (nunca lo estuve) o quizás debido a mi profesión y al el espíritu de investigación que me caracteriza, me he dedicado a observar el fenómeno televisivo con la curiosidad con la que un marciano miraría una piedrita de la vereda. Pero no estoy sola en la aventura. Hay tres hermosos y pequeños seres que también están deslumbrados con el fenómeno de la caja con pantalla chica que emite imagen y sonido las 24 horas del día: ¡mis hijos!

Es en este punto donde mi observación del fenómeno social de la televisión cobra un giro completamente distinto. Si como comunicadora social me resulta interesante el fenómeno, como mamá, muy por el contrario, me alarma. Especialmente, me impacta el contenido estético de las series que emiten los canales infantiles. Pero más aun me preocupan las publicidades de estos canales y la reiterada insistencia en que solo y tan solo con semejante maravilla de la tecnología los niños serán felices, se divertirán, serán inteligentes y creativos… durante algunos minutos. Que vuelvan luego a la tele, que los estará aguardando la siguiente tanda publicitaria. ¿Han notado cómo mientras más sofisticado es un juguete menos veces es reutilizado por sus hijos para jugar? Esto se debe a que no tienen la versatilidad que caracteriza el juego infantil, donde se pasa de ser un príncipe a un bombero con la misma facilidad con que se parpadea. Mientras una caja de cartón puede convertirse prácticamente en cualquier cosa (barco, alfombra mágica, auto, cama, casa, baúl, escondite), un super auto a control remoto con forma y movimientos preestablecidos, con pilas, con luces y sonidos es solo eso y nada más que eso.

Muchas veces las mamás, los papás y las familias en general entramos en el tren de consumo incitado por los medios masivos ya sea a la hora de pensar en juguetes para nuestros hijos como cuando nos proponemos la hermosa misión de celebrar sus cumpleaños. Terminamos entonces pensando a más en el personaje de la tele que elegiremos para la temática de la fiesta que en la personalidad y las características que hacen de nuestro hijo un ser único e irrepetible. A veces incluso es difícil encontrar productos neutros. Los personajes televisivos invades la manufactura de los muñecos, los libros de cuentos, los CD de canciones, los tableros de los juegos de mesa, los stickers, las figuritas coleccionables, los útiles escolares, las prendas de vestir, la ropa de cama, las pastas de dientes, los vasos, los platos,  y más, mucho más. Y por sobre todas las cosas, parecieran venir incluidos como condición sine qua non de los artículos de cotillón o relacionados con las fiestas de cumpleaños.

Yo creo que la avalancha visual y auditiva de la televisión invade la niñez y construye una infancia aturdida por el consumismo. Y que lleva a los niños y niñas al adormecimiento de su imaginación y a un estado de aburrimiento prematuro.  Como madre y educadora quiero decir entonces:

La sabia visión de Francesco Tonucci

– ¡Basta! La tele es mala, mala, muy mala. La tele mata la infancia, mata el juego, mata al niño en el niño convirtiéndolo en un cliente, un simple consumidor más.

Pero, me doy cuenta que con quejarme y zapatear el suelo no estoy mucho mejor que mi pequeñín de 2 años que golpea la mesa contra la que se golpeó repitiendo: «mesa mala, mala mesa».

Me llega entonces una maravillosa respuesta de la voz del gran pedagogo italiano, Francesco Tonucci:

«No creo que haya cosas malas. Depende del uso que se les dé. Me preocupa mucho cómo los niños frente al televisor no solo reciben toda la violencia, sino que se beben toda la publicidad. La televisión los corrompe y los transforma en compradores, y ésto creo que es la violencia más fuerte que reciben nuestros hijos».

«Los únicos competidores con el televisor son los otros niños. Por eso tenemos que trabajar con nuestros intendentes y nuestros administradores para que la ciudad permita a los niños salir de casa. No solo para que los niños puedan jugar sino para que nuestras ciudades sean más bellas, más sanas y mejores para todos».

¿No es increíble la lucidez y precisión de estas palabras? Reflexionando sobre ellas creo que comienzo a encontrar una respuesta a mi preocupación ante la tele, una respuesta que en verdad todos conocemos tanto como el tradicional canto del «Arroz con leche»: ¡hay que permitir que los niños vayan al encuentro de otros niños, a la vereda! Y si nuestras ciudades nos son aun bellos espacios donde los niños puedan jugar solos como propone Tonucci, sí podemos hacer algunas  otras cosas que devuelvan a nuestros hijos la libertad de abrir la puerta para ir a jugar.

Para empezar, se me ocurre que podemos recuperar el bello hábito de salir a caminar. Se pueden invitar a uno o dos amigos y sus madres a salir a caminar por el barrio de manera periódica, tal vez una vez  a la semana. Cada vez generen una propuesta de juego diferente:

  • caminar sin pisar las líneas de las baldosas.
  • jugar a sacar fotos imaginarias de todas las cosas que vean con ruedas (o de determinado color, o a otros niños que vean, o a los gatos, etc).
  • dibujar el recorrido en un plano mientras van caminando.
  • hacer una lista de las cosas que no les gusta encontrar y una lista de las cosas que les gustaría que haya.
  • elegir un paisaje urbano que les guste y hacer un boceto con papel y carbonilla.
  • ¡dibujar una rayuela en la vereda y jugar!
  • entrevistar a un comerciante para conocer sobre su actividad (¡avísenle primero!) y permitir que los chicos conozcan así a las personas de su barrio. Puede ser un zapatero, un sastre, un servicio técnico, un verdulero… ¡lo que quieras!
  • ir a la plaza con baldecitos, palas y rastrillos o vasitos de yogur, cucharas de descarte y potes de queso cremoso vacíos y ponerlos a disposición para que otros niños se acerquen a jugar.
  • traer un rodado (patineta, triciclo, monopatín, bici, caballito de madera con rueditas) y hacer un viaje imaginario dando la vuelta a la manzana.
  • mirar vidrieras buscando «objetivos de un juego de desafíos». (Por ejemplo, cada uno deberá hallar algo redondo y naranja, algo con los números 7 y 3 y algo con forma triangular). Esto cambiará la mirada de la vidriera, convirtiéndola también en un motivo más de juego.
  • guiar a un amigo que camina con los ojos cerrados.
  • caminar sin apuros, sin decir ni una sola vez «¡vamos chicos!» (proponete un recorrido corto la primera vez si dudás de tu paciencia).

¿Se te ocurren otras propuestas? Me daría mucho gusto que las compartas. Dejá tu aporte en el espacio habilitado para comentarios y ¡feliz fin de semana con más teles apagadas y más niños en la vereda embelleciendo la ciudad!

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