Fotos cortesía de Julieta y Andrés a través del Espejo
¡¡Hola Fer!! Espero que estés muy bien. Quería pedirte sugerencias de juego educativo (¡sé que no son tus preferidos!!) pero estoy intentando ayudar a Maxi (que va a 1º grado) a aprender jugando a leer, y por consecuente a escribir. Estoy muy convencida que se aprende mejor jugando. Hasta ahora lo único que implementé es una especie de “Bucanero” (como tengo este juego, me vinieron bárbaras las fichas de las letras para formar las palabras) y arme unas fichitas con cartulina con imágenes pegadas de los objetos, animales, etc. que él (más o menos) ya puede escribir. Como habíamos practicado la M y la P, coloqué palabras que las contengan. Espero haber sido clara con la inquietud y espero tus tan útiles sugerencias. Un cariño grande, besos
Marty
¡Querida Marti! ¿Cómo andás tanto tiempo?
¡Ay! Te quiero pedir perdón por dos cosas. En primer lugar porque al responderte me embalé un poco (bastante) y terminé escribiendo todo un artículo. En segundo lugar, porque en todo lo que escribí no sugiero ni un solo juego educativo. Pero en mi respuesta definitivamente retomo los temas de la lectura, el aprendizaje y como vos tan bien decís, de por qué se aprende mejor jugando. Además, si leés hasta el final, encontrarás un par de sugerencias pueden interesarte.
No todo lo que puse es directamente relacionado a tu pregunta ni a tu familia en particular sino al tema en general, aunque espero que te guste y te sirva.
Voy a intentar poner las ideas en orden. Yo se por experiencia propia como madre y por los años de trabajo en educación que:
1. Los padres buscamos siempre lo mejor para nuestros hijos y nos esforzamos por acompañarlos en todos sus aprendizajes de la mejor manera posible y este punto es realmente importante. Si esta dedicación y amor no son perceptibles para el niño acontecen daños en su estructuración como persona que inhabilitan su acceso al aprendizaje. Por este motivo, siendo que hacemos lo mejor que podemos, la culpa no debería funcionar como un mecanismo permanente sino simplemente como una advertencia para hacer ajustes y seguir criando felices. No digo esto porque me parezca que en tu pregunta haya una culpa escondida, sino por lo que voy a escribir a continuación.
2. Los padres tenemos que criar y los maestros tienen que enseñar. Si decidimos enseñar a nuestros hijos como en el caso de home schooling, lo mejor a mi modo de ver es hacerlo con toda la claridad, generando un horario y espacio educativo bien definido (y esta es una gran opción aunque poco difundida en nuestro país). Pero si los chicos están escolarizados, a mi modo de ver, no es mi trabajo enseñarles los contenidos académicos sino los contenidos de la vida. Y como la vida está repleta de «contenidos académicos», es decir, de aprendizajes sobre el mundo de la palabra, los números, las sociedades y el medio ambiente, de forma espontánea y natural podemos enseñarles a nuestros hijos muchas, muchas cosas que harán a su sentido común, a su conocimiento práctico y a su cultura general que les servirán también en la escuela.
3. Algunos chicos aprenden a leer antes y otros después, lo importante es que tengan el contexto educativo adecuado y la contención familiar necesaria. Algunos chicos aprenden a leer más rápido. Mi hijo menor, por ejemplo, tiene 3 recién cumplidos y me pide que le explique como se escribe la letra E. Mi hijo mayor, por el contrario, a los 3 años lo único que quería hacer era martillar y pasar piedritas de un camión a un balde y de un balde a un camión y que inventáramos y leyéramos cuentos. Leíamos al desayuno, a la siesta, antes de dormir, en el auto, ¡en cualquier lado! Hasta en la bañadera leíamos… Porque tenemos una biblioteca de literatura infantil bastante interesante y atractiva. Cuando terminó primer grado, no leía más que su nombre y algunas palabras que había memorizado y solo escribía copiando o «al azar» como decía él. Recién a finales de 2º grado «aprendió» a leer, ¡y cómo! Lee mejor que muchos adultos que conozco… tal vez porque la escuela nos ayudó a darle el tiempo que él necesitaba para jugar todo lo que tenía que jugar preparándose para luego leer y escribir todo lo que tenía que leer y escribir por sí mismo. Con fluidez, con pertinencia, con creatividad, con comprensión lectora, con entonación, con placer y sentido.
Me pregunto, realmente lo hago, qué hubiera sido del destino como lector de nuestro hijo mayor si lo hubiéramos apurado, sin darle tiempo a que alcanzara la madurez necesaria, a que aprendiera a leer y escribir, porque «ya tenía 6 años».
Como indica tan claramente Emmi Pikler:
“Sabemos hoy que es mejor comenzar la escuela un poco más tarde, antes que quedar a la rastra durante toda la escolaridad, “no saber” o “saber mal” lo que otros pueden aprender fácilmente. Es más ventajoso para cada uno realizar activamente sus propias posibilidades de una manera rica y variada, a su propio nivel de desarrollo, que estar siempre en retardo con relación a sí mismo.”
¿Cuál es el sentido de apurar a un niño a que alcance un nuevo logro antes de estar listo para el desafío en vez de saber darle el tiempo necesario y confiar en su capacidad? Este aporte de Pikler, tan ampliamente debatido y tan claramente demostrado en sus investigaciones, tiene para mi un valor de verdad enorme.
Estoy convencida que el hecho de que la literatura fuera un aspecto tan importante en nuestra cotidianeidad y que en la vida familiar los libros estuvieran al alcance en todo formato y por todos lados, hicieron la gran diferencia en el excelente quehacer de lector y de escritor de nuestro hijo mayor.
Por todo esto, querida Marti, mis dos mejores recomendaciones de un juego para ayudarlo a que él aprenda a leer es que:
1. Juegue a lo que quiere jugar. Tal vez a pasar piedritas de un balde a un camión ya no sea su interés, pero tal vez sí quiera jugar a lanzar y atrapar pelotas, a la mancha, a saltar a la soga, a las adivinanzas, a pintar. Si va a jugar, que sea sin dobles intenciones. Es cierto que se aprende mejor jugando, pero no solo en el sentido de que los juegos educativos convocan el interés de los niños por los contenidos y los ayudan a aprender mejor; sino que el placer derivado del juego libre y creativo sienta las bases internas necesarias tanto para la lectoescritura como para todos los aprendizajes de la vida.
2. Le den de leer. Es decir, que le lean como si le dieran un alimento, con dedicación, con amor, de forma cotidiana y variada. Y no desesperar si nos piden por vez número 40 que les leamos de vuelta la historia del sapo en la laguna. Los chicos adoran (y necesitan) la repetición aunque a los adultos nos agote (¡si lo sabrán los que hacen Dora la Exploradora!!). De este modo se apropian del sentido de un texto, de su entonación, de su estructura. Por otro lado, dar de leer como se da de comer significa dar calidad de lectura. Yo no estoy tan de acuerdo de que con tal que lean les compren a los chicos historias de eructos y gases olorosos salidos del cuerpo o historias vacías de sentido y desprovistas contenido estético como las revistas de ciertas series infantiles de televisión. Si quieren a toda costa que les lean esto, está bien, podemos comprarles un par. ¡Pero que no seamos nosotros los principales motores de esta elección! Y no lo digo por anticuada, sino porque creo que es subestimar a la literatura y por sobre todo al niño. Existen maravillosos libros, llenos de humor, creatividad, sensibilidad, poesía, aventura, milagro, belleza, misterio, pasión. ¿Por qué no darles lo mejor? Las historias que escuchamos de pequeños (aparte de favorecer enormemente el aprendizaje posterior de la lectoescritura) moldean las fibras íntimas de nuestro ser, nos ofrecen parámetros para la vida, amplían nuestro mundo y las capacidades internas se fortalecen convirtiéndose en acciones.
Ahora bien, volviendo a la primer idea, donde mencionaba lo de la culpa, quisiera aclarar que si como mamás sentimos que «perseguimos» a nuestros hijos con sus aprendizajes escolares tal vez está bueno saber que lo que en verdad nos pasa es que queremos lo mejor para ellos, que queremos que les vaya bien en la vida y lo hacemos porque los amamos como a nada en este mundo. Por eso la culpa no tiene lugar. Pero podemos hacerlo de otra manera. Por ejemplo, eligiendo bien, muy bien, la escuela a donde los mandamos. Y conversar mucho, muy mucho, con los docentes y directivos cada vez que lo necesitemos, recordando que nuestro trabajo es criar, el de la escuela enseñar contenidos curriculares. Si la maestra me dice que el chico no está aprendiendo como ella espera yo amablemente le devuelvo la inquietud, preguntándole «¿y cómo tenés planeado mejorar la situación?». Luego, podemos mirar a nuestros hijos con auténtica confianza en sus dones y capacidades y liberarlos, cada día un poquito más, hacia su propio destino.
¿Querés saber qué cuentos nos gustan a nosotros? Encontralos haciendo clic acá.

Espero que hayas llegado a leer hasta el final este artículo… ¿te dije al principio que me había embalado? Espero también que estas reflexiones motiven a otras familias a conversar sobre los lugares que ocupan el juego y el aprendizaje en la vida de los hijos. Y mientras tanto, en el tiempo que nos queda junto a ellos, antes de que definitivamente dejen el nido, podemos cobijarlos bajo el ala de un cálido abrazo, sobre un cómodo sillón, y leer juntos un nuevo cuento o un viejo favorito.
Te dejo de regalo esta delicia. Una pequeña mendocina de 4 leyendo a su mamá en voz alta mientras su hermanito bebé explora los libros con máximo interés mientras dura la historia… en el segundo en que la lectura termina… ¡fijate lo que pasa! (Gracias querida Tani por el video!)
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