Puro hueso. Postal de un día de juego libre en el grupo de 4 a 6 años

La útima vez que nos vimos, antes de que empezaran las clases, los chicos sugirieron que podíamos jugar a «los huesos».

– ¡Hecho!, les dije. E inmediatamente me acordé de un proyecto que había visto en un blog al que estoy suscripta y que ahora por más que revuelvo en mi casilla de correo no puedo hallar el link para compartirlo.

Así, durante la semana, conseguí una lámina sumamente detallada del esqueleto humano de frente y dorso.

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Conseguí varias cartulinas negras y preparé mis materiales: los rociadores para planchar rellenos con maicena, las pinceletas, el acrílico blanco, las voligomas y un poco de agua. Con todo esto preparé un tablón especial sobre el suelo junto al poster del esqueleto colgado de la pared.

Los chicos llegaron y nada recordaban del asunto de los huesos… una semana puede ser un tiempo muy largo como para andar reteniendo tan ínfimo detalle… una conversación casual cuando estábamos despidiéndonos y buena parte de su hemisferio izquierdo estaba en función de atar los cordones de la zapatilla más que en retener la idea de jugar con huesos.

Así que entraron felices, a recorrer todo el espacio, descubrir lo que había preparado y una nena incluso se dedicó a pasar dando un saltito (como «picando») sobre el centro del tablón, como si fuera un trampolín. Los materiales que había preparado parecían transparentes.

Luego de entrar en clima, se organizaron para jugar a los piratas, hablaron de los ganchos en la mano, que eran capitanes aclaraba uno mientras otro le decía que no era ese el nombre, que era la otra parte del nombre del enemigo de Peter Pan lo que explicaba cómo se le decía al gancho de la mano.

– ¡Garfio!, dijeron dos a la vez, recordando con satisfacción el nombre correcto.

Yo, felizmente resignada, viendo como «mi genial tablón para pintar esqueletos» era invisible ante los ojos de los pequeños libre-jugantes, me satisfice recordando una frase del libro Límites y Respeto. Amor y Libertad, de Rebeca Wild. Por tanto, como cuenta ella misma que solía hacer, me quedé observando y me regocijé imaginando la enorme cantidad de conexiones neuronales que los chiquitines estarían hilando en su cerebro en ese momento de juego espontáneo, no dirigido y en un entorno que responde a sus auténticas necesidades de desarrollo.

Cuando de pronto, ¡oh!, por arte de magia, aparecieron los huesos en el juego de piratas, que era bastante complejo e incluía persecusiones, movimientos con un barco, diálogos dramatizados y acuerdos cooperativos. Así, de pronto, reapareció el interés que habían expresado en el encuentro previo y los esqueletos de frente y dorso del afiche pasaron a ser los enemigos de los piratas, quienes maldecidos por no se sabe bien qué o quién, eran atacados por este manojo de huesos malignos.

Entonces, de pronto, la mirada de los chicos se volvió hacia los cráneos de la lámina y comenzaron a describir cómo se llamaban las distintas partes del esqueleto, tocándose también su propio cuerpo. Muy especialmente se interesaron por el corazón, por su ubicación y por cómo las «cosquillas» eran como un escudo protector para el mismo.

– No se dice cosquillas, cosquillas es lo que sentís cuando te rascan ahí… se dice cos…. cos…

– Costillas, sugiero.

– ¡Eso, eso! Cosquillas.

De ahí a pasar a hablar de la cadera y las articulaciones del codo, de la rodilla y de las muñecas fue todo un mismo instante de efervecencia, entusiasmo, fascinación por descubrir que en realidad los esqueletos son los huesos que sostienen toda la estructura de nuestro cuerpo y nos permiten movernos.

Mientras una meneaba la cadera generosametne tocándose las partes más sobresalientes del hueso ilíaco, otro doblaba el torso hacia adelante y atrás explicando cómo la cadera le permitía inclinarse.

Después de todas estas experimentaciones, quisieron dibujar su propio esqueleto usando los materiales preparados (…fue un día de suerte, otras veces mis preparativos son felizmente ignorados). Hablamos del color que tienen los huesos y entre las opciones disponibles todos quisieron pintar con voligoma y maizena.

Así, un niño de 6, una niña de 5 y uno de 4 realizaron sus experiencias. Uno dudó un poco, asegurando no tener idea cómo hacerlo mientras trazaba un craneo fantástico.

Otra se tocaba el codo e iba a la lámina y volvía para colocar hermosas bolas en todas las articulaciones del cuerpo.

Otro más, el chiquitito, optó por entregarse de lleno a la actividad sensomotriz de lanzar la maizena en el papel y barrerla una y otra vez con una gran pinceleta como si estuviera dibujando costillas. Los amigos, en especial uno, preocupados le advirtieron que si no ponía pegamento su dibujo se iba a desarmar en cuanto lo levantara, pero no le importó.

Así, luego de una dedicada labor, cada uno completó su trabajo.

Esqueleto pintado por un niño de 6 años.

Detalles del pecho y el corazón

Esqueleto pintado por una niña de 5 años.

Detalles de la cadera y las articulaciones del codo y la rodilla:

Resultado final de la experiencia sensomotriz del niño de 4 años:

Ya era la hora de irse cuando les entregué un trozo de cartulina y etiquetas blancas de diversos formatos (hojalillos, tiritas, etc) para que probaran otra forma de dibujar el esqueleto. El pequeño de 4 años, en el acto, se sentó en el suelo y realizó estas dos expresiones:

Evidentemente había estado atento a todos los detalles que sus compañeros de juego habían mencionado y solamente estaba esperando el momento y los materiales adecuados para sus posibilidades para plasmar su propia visión del esqueleto humano. Se destaca en el primero la importancia de las articulaciones de las manos y los largos dedos, que son la parte del cuerpo que más había involucrado en la experiencia de rociar y mover la harina de maiz en la actividad previa. En su segundo esqueleto están presentes las costillas, que fueron protagonistas del debate que habían tenido en un primer momento. En ambos casos, ¡los esqueletos tienen los ojos bien abiertos!

Por lo general los chicos se llevan a casa sus expresiones plásticas (y cualquier otra cosa que inventen, fabriquen, pinten o armen durante el taller), pero yo les pedí prestados estos esqueletos por un tiempito. Además de exponer sus obras en La Casa Naranja durante unos días, quería tener tiempo de sacarles fotos y de compartirlo con ustedes y disfrutar juntos apreciando el nivel de precisión, pertinencia, expresividad y originalidad con que fueron realizadas. Creo que son una clara muestra del enorme potencial creativo con que cuentan los niños desde muy temprana edad. No todos los días se ven obras infantiles como estas aunque no tengo dudas de que los chicos podrían realizarlas todos los días… si encuentran el contexto adecuado y la libertad para aprovecharlo como más les plazca.

¡Espero que les gusten tanto como a mí!

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3 Comments

  1. Fernanda! esto es EMOCIONANTE! no sé por qué pero estoy llorando ahora mismo… te felicito, que geniales son los niños, que ya tienen toda la informacion y solo necesitan expresarla, no imponerles nada! Quiero aprender!

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