Artículo invitado de Martina Ramisch.
¿Cuántas veces sentimos en nuestras bocas un sabor tan gratamente conocido que activa instantánea e involuntariamente nuestra memoria y nos sumerge en una catarata de recuerdos entrañables?
Eso me sucede cada vez que veo o como quinotos, ese cítrico pequeño y naranja de sabor intolerablemente amargo, una rebelión de recuerdos me invaden:
Una quinta de fin de semana donde todos eran bienvenidos; una madrina y un padrino como incansables y cariñosos anfitriones; colchones en el piso; muchos platos servidos en una mesa enorme que siempre quedaba chica… Risas. Música. Baile… Aquellos arbolitos de quinotos que eran de “mi” tamaño, cuando tenía 3 o 4 años, y con tanto orgullo conseguía trepar.
Y aquel singular postre que me resistía a tragar: “Quinotos en almíbar”.
Recuerdo la alegría que me provocaba cuando mi madrina nos llamaba y nos daba un bowl de plástico para que juntemos quinotos para hacer dulce. Me fascinaba el proceso a pesar de que no me gustaba ni un poquito el resultado final.
Esta misma historia se repite hoy en mi hogar. Hace tiempo que quería un arbolito de quinotos y por eso decidimos plantar uno en nuestra casa.
Los chicos participaron muy entusiasmados en el momento de plantarlo junto a su Papá, que es quien sabe de estos temas. Yo saqué las fotos y “bauticé” al quinotero Chanuza, en honor a mi queridísima madrina que desde el cielo es uno de mis ángeles guardianes.
Un par de semanas después les di un bowl de plástico a mis niños para que cosecharan los quinotos para hacer dulce.
Pude observar con inmensa ternura que lo hacían tan alegremente como yo cuando era como ellos. Después los lavé, pinché y cociné hasta obtener mi preciado frasco de quinotos en almíbar.
Obviamente a mis hijos no les gusta este dulce, pero a mí me encanta. Con el correr del tiempo aprendí a saborearlo y desde hace varios años se transformó en uno de mis postres favoritos.
¿Será porque puedo guardar tan hermosos recuerdos en mi heladera y rememorarlos cada noche con una simple cucharita?
Y vos, ¿qué recuerdos guardas en tu heladera?