Con las manos en el corazón. ¿Hacia dónde me llevás, querida Educación?

julia margaret cameron niñaFui a tomar unos mates con mi querida amiga y colega Ale el jueves por la mañana. Nos contamos en solo 1 hora y media lo que a personas psíquicamente saludables les hubiera llevado 5.

En ese lapso intercambiamos una cantidad enorme de información, anécdotas familiares y reflexiones pedagógicas.

A cada momento, noto que hago rumbear la conversación hacia la educación libre. No puedo evitarlo. Siento desde siempre un impulso hacia el cambio. Hacia la transformación. Sueño y casi veo la imagen real de una humanidad renovada a partir de la forma de educar a los adultos para permitir la auto-educación de la infancia. Es como si un espíritu revolucionario se revolviera inquieto en mi interior, frustrado y satisfecho a la vez… ¡mucho se ha visto y dicho pero me parece tanto lo que queda por hacer!

Sería más fácil no sentir todo esto, pero lo siento.

Cuando vuelvo a casa, busco a mi hijo menor y junto con mi marido lo llevamos a zoonosis. Lo mordió un gato, cosa que valdría la pena contar en detalle para que sepan por qué no es bueno dejar que tus hijos acaricien gatos ajenos. Pero me voy de la historia y como el pequeño ya está bien, no hay nada de qué preocuparse. Les decía entonces… Vamos en el auto y Ricardo me pregunta como me fue en lo de mi amiga.

– ¡No sabés!… Ella trabaja en jardines maternales y de infantes desde hace 25 años. Me dice que desde sala de 1 y 2 años los nenitos… están todos sentados a la mesa… con las manitos detrás de la espalda mientras las maestras les ponen en frente los materiales para «trabajar» -casi veo la imagen mientras la describo; niños inocentes esposados por la espalda en una especie de campo de concentración camuflado de buenas intenciones. El que mueve las manos es el que se porta mal. Ya en sala de 5 están automatizados me dice…  lo hacen sin que se los pida nadie.

Siento por dentro una indignación que emerge y se reaviva mientras lo cuento… ¿Es pecado mover las manitos, acaso??? Está tan lejos de como sueño que sea la educación infantil que me indigna y evidentemente transmito mi desaprobación en el tono de cada palabra del relato.

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En eso desde el asiento trasero llega la voz de nuestro hijito de 5 años…

– Sí mamá, pero no es tan malo como te parece, ¿eh?

– ¿Vos tenés que poner las manitos atrás de la espalda cuando te sentás a la mesa en el jardín???

– Sí, pero me gusta, me contesta con serena sabiduría. Es lo mismo que tenerlas quietitas sobre las piernas.

Nuestro hijito está lejos de ser un niño automatizado, aplanado por la educación formal, anulado en su singularidad. Lejos, lejos está. Es una de las personas más autodeterminadas que conozco, si no la que más. Pero él sabe poner las manitos atrás de la espalda sin mayor daño psíquico.

Entonces me pregunto. Me pregunto. Me pregunto.

¿Será que yo estoy exagerando?

Quisiera terminar en esta pregunta el artículo.

Pero no puedo.

No es que pretendo que me respondan si sí exagero, o si no. No espero nada (aunque si dejan un comentario definitivamente me va a gustar). El tema es que quisiera dejar que esa pregunta resuene en mí y ver por dónde resurge su eco.

¿Estoy exagerando con mi mirada sobre la educación actual? Me pregunto y escucho el eco de mis respuestas…

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Yo soy lo que soy, no voy a pedirle a los nenes que pongan las manitos atrás de la espalda. Pero creo que me puedo dar la posibilidad de atenuar mi hipersensibilidad y volver a mirar la educación formal con mejores ojos.

La Educación… Me la imagino, parada delante de mí, como una señora distinguida, sin edad ni tiempo y a la vez tan vieja como la humanidad misma. La miro a los ojos y otras palabras surgen de mi boca…

– Educación, hasta hoy estuve atada a vos a través de mi deseo de que fueras diferente.  Ahora te veo y te acepto tal como sos. Tomo lo que tengas para mi y eso me resulta suficiente. Te pido disculpas por no haber reconocido antes lo que me brindaste hasta este momento. Y te doy las gracias.

Ella me mira serena. Sonríe, los ojos antiguos le brillan.

Siento el deseo de acercarme. Nos abrazamos.

Yo por debajo de sus brazos, ella por arriba de mis hombros. Siento sus manos generosas envolviendo mi espalda.

Me siento cobijada, me hago chiquita.

Soy libre.

Así, desde esta nueva fuerza interna giro sobre mí misma y miro hacia adelante, hacia mi propio destino.

Si ha de ser la revolución, que así sea.

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Fotografías de Julia Margaret Cameron (1815-1879).

7 Comments

  1. HOla amigos. Yo me identifico con el texto, soy una maestra con 16 años de experiencia y a veces me siento confundida..¿qué es realmente válido? ¿es válido para todos? ¿es válido siempre?? la certeza que me queda es que una maestra debe procurar ser emocionalmente estable, autocrítíca y exigente consigo misma, de esa forma quizá nuestra labor en el aula cumpla con el compromiso que tenemos, a pesar de 0 gracias a nuestra humanidad.

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  2. en mi mas humilde opinión… creo que la educación la recibimos en casa, creo que cuando vamos a la escuela lo que recibimos, es preparación para convertirnos en ciudadanos acordes a un sistema. pero en todo caso, siguiendo el contenido del articulo en donde la educación es la que recibimos en las escuelas, debo decir que, por mas que se la reestructure para un lado o para el otro. ha dado lo mejor de ella, pero «hace agua» para las nuevas generaciones, o para nuestras generaciones que se revelan hacia lo recibido.
    Por eso es que hay un movimiento emergente que se esta dando hacia otro tipo de trasmisión de saberes, en la cual se valora a cada persona como un Ser único e irrepetible.
    sin embargo en su gran mayoría seguiremos lidiando con esta «educación» hasta que se acepte el Gran Cambio , por así decirlo.
    es por eso que creo que no hay que ser exigente con la «educación», esta caduca. Pero si se puede apostar al cambio, a forjar un cambio, o una opción para las nuevas generaciones.
    E incluyo en este comentario la importancia de trasmitir valores espirituales, de una educación espiritual.
    La búsqueda de la trascendencia , de todo ser humano, a mi entender, es absolutamente necesario.

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  3. Creo que, ante tu pregunta inicial, la cuestión pasa por no reducir la idea de «educación» a la que vos llamás «educación formal». Esta por sí misma no alcanza para la formación de la subjetividad. La libertad (o la falta de ella), la autonomía (o la dependencia) se habilitan, básicamente, en el ámbito familiar. Y, aún dentro del ámbito familiar, influyen tremendamente – según mi humilde opinión – los mensajes de los medios de comunicación que consumimos, adultos y niños. Y los espacios que se recorren, y las conversaciones que se entablan… Esta educación «no formal» es poderosísima!!! Deja huellas mucho más profundas que las que una «práctica – recurso – estrategia» propuesto como un juego (esperar con la manitos atrás, por ejemplo) puede dejar. Por último, como educadora de «la formal» te aseguro que hacés bien en dirigir, una mirada más abierta y respetuosa hacia ella. Es mucho lo bueno que nos aporta. Desde descubrir lo que nos gusta a lo que nos disgusta, lo que toleramos a lo que nos rebela, lo que se nos dá fácil a lo que nos resulta imposible…. Todo eso lo experimentamos en la escuela y, aún cuando lo intente, nunca logra, verdaderamente «domesticarnos» si la «otra» educación va en un sentido contrario…
    Recién descubro tu página, pero veo en ella que la «educación» (la formal junto a la no formal) te llevó hacia un hermoso, arduo, apasionante y estimulante camino… Que lo disfrutes y seas muy feliz!!!!

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    1. Hola Lucía, gracias por tus palabras. En verdad en todo momento al hablar de educación en este artículo me refería al proceso de formación de un ser humano en el que están involucrados terceros que no son específicamente los padres o la familia y mayormente la educación formal. Para mí por lo general lo que brinda la familia es una crianza y es definitivamente constitutivo del ser, tanto más que lo que lo es la escuela o educación formal. Definitivamente podemos entender a la educación en un sentido más amplio del término como lo que reciben en casa, como también comentaba Victoria, pero ese no es el foco de estas líneas. Yo trabajé en educación formal 20 años y la amé con toda el alma, pero como madre me pasaron situaciones inesperadas y toda mi cosmovisión cambió… de ahí un poco mi hipersensibilidad con ciertas cosas. Pero entiendo en mi corazón que pelearme con un «sistema» no es bueno para mis hijos, ni para mi, ni para nadie. Cuando estaba contando la anécdota, de algún modo pude percibir frente a mi a la personificación de la educación formal frente a mi y fue ahí que me surgió escribir las últimas palabras. De ningún modo voy en contra de las maestras, de las profesoras, de los maestros, de los profesores, de los que entregan su vida y vocación a la tarea que yo considero la más noble de la tierra. Escribí este artículo antes de la situación del paro tan prolongado que hubo este 2014 al comienzo (no-comienzo) de las clases. Creo que toda nuestra sociedad tiene que ver con mejores ojos a los docentes, tendría que ser algo inconcebible, inaceptable para nosotros que un docente sea mal reconocido, que no se le pague lo que merece por su gran servicio. Cariños, Fernanda

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