La boluda era yo. En homenaje a Silvia Balado, por su radiante vida.

«La grandeza humana y la verdadera compasión
no vienen de sentirnos buenos,
sino de sabernos malos e imperfectos
y amarnos y amar con ello».

Joan Garriga Bacardí

No dudo que Silvia Balado estuvo en la tierra el tiempo justo y perfecto, pero a todos se nos hizo poco.

Una vez la fui a visitar a Gaia, la ecovilla en Navarro que fundaron junto a su pareja Gustavo hace ya muchos años.

Estábamos al sol, mirando a los niños jugar. Por supuesto, también estábamos riéndonos. Pero no de los chicos, sino de nosotras mismas.

Era imposible no reírse estando con ella. Y como nos veíamos poco, cuando nos encontrábamos nos contábamos de todo, cosas simples y asuntos profundos, todo al mismo tiempo y todo sin parar de reírnos.

Casa Central en Gaia
Casa Central en Gaia

En eso estábamos ese día, atrás de la casa central, junto al tobogán y el arenero, cuando le conté un episodio de mi vida que se me repetía como una  especie de deja-vu.:

Resulta que yo estaba en una capacitación de pedagogía sistémica y se había abierto la posibilidad para que los estudiantes realizáramos una constelación familiar consultando casos específicos. Yo levanté la mano y quise preguntar por un terror que me perseguía desde que soy madre:

– Quisiera consultar por el miedo a la muerte de mis hijos.

– No cualquiera hace esa pregunta, me dijo Marianne Franke que era la capacitadora venida de Alemania para esa jornada. ¿Qué pasó en tu familia?

Ya cuando escuché esas palabras quise llorar. Y expliqué conmovida que mi abuela materna había perdido dos de sus hijos y que durante años había ido a velorios de desconocidos, solo para llorar.

Marianne buscó entonces a alguien del público para que representara a mi abuela. Alguien que representara a mi madre y a mis tíos muertos. Buscó finalmente alguien que me representara a mí.

Todo esto le contaba yo a Silvia ese día de sol de invierno en Gaia.

– ¿Y sabés a quien puso para que haga de mi?, le pregunté entusiasmada.

– ¿A quién?, me preguntó esperándose algo bueno.

– A la más boluda del lugar. Era una mina que me había caído mal, me parecía desubicada, me molestaba porque interrumpía y salía con cosas que no tenían nada que ver. ¿Te das cuenta?, le dije riéndome con ganas, ¡la boluda era yo!!

Ahhh. Silvia celebró con ganas mi descubrimiento y resonaron sus carcajadas mezcladas con las mías y el canto de los zorzales.

Justo en ese momento pasó a nuestro lado Gustavo, bien preocupado porque se habían quedado sin agua de nuevo en toda la Ecovilla. Al parecer habían tenido un problema con el tanque que ya estaba solucionado pero alguien había dejado una canilla abierta y el tanque se había vuelto a vaciar.

Nosotras seguimos distendidas, charlando y criando mientras él buscaba dónde estaba el problema. No tardó más de cinco minutos en volver, no ya preocupado sino bastante molesto. Se les había inundado la casa que, vale aclarar, en una ecovilla es de barro incluyendo el piso. Gustavo buscaba a Silvia para que fueran a secar todo y arreglar el enchastre.

Estaba clarísimo que ella era la responsable del asunto.

Silvia, como una Diosa de la Alegría irradiando su luz en medio de las situaciones más frustrantes, se fue alejando por el caminito que llevaba a su casa mientras me decía:

– Y yo que pensaba: «algún boludo abrió una canilla cuando no había agua y se olvidó de cerrarla»… ¿Viste Fer? ¡La boluda era yo!!!

Y nuevamente la risa nos volvió a colmar el alma.

Silvia Balado y su más fiel compañera: su sonrisa
Silvia Balado y su más fiel compañera: su sonrisa

Yo ya había sido una boluda muchas veces antes en mi vida como cuando me burlé de un compañero de secundaria por tener la camisa mal abrochada y yo también la tenía desfasada entre los ojales y los botones (sí, me gustaba… Olvidate, no te voy a decir como se llamaba).

O como cuando me despaché con aires sabhiondos a criticar a los testigos de Jehová en casa de una amiga de la facu sin saber que ellos eran testigos. ¡Qué boluda! No solo he conocido muchos testigos que son realmente personas muy valiosas sino que leo asiduamente la revista Despertad! que traen a la puerta de casa es y me ayuda realmente a mejorar mi calidad de vida.

Hace poco no más traté de desalentar con ignorante buena voluntad a una conocida en su decisión de mandar a su hijo de 6 años a la escuela pública y hoy nuestro peque menor está asistiendo feliz y entusiasmadísimo a la escuela pública… ¿Quién me mandó a opinar? ¿QUIENNNN???

fuente: Jor Fernandez

En fin. Las anécdotas abundan y seguiré cosechando nuevos ejemplos en el futuro. La diferencia es que ahora, cada vez que me equivoco, que digo o hago algo fuera de lugar me acuerdo de Silvia y sonrío. Y de ese modo, la capacidad de aceptarme a mi misma como mala e imperfecta se ilumina. Y así se expande el amor. Esto siempre y cuando Joan Garriga esté en lo cierto (más le vale, no querrá verme en mi faceta de boluda). No se ustedes qué opinan, a mí me gusta muchísimo la frase.

¡Qué distinto sería el mundo, cuánto más humano y compasivo sería, si desde el comienzo de la vida todos tuviéramos una Silvia Balado que nos permitiera sabernos malos e imperfectos y amarnos y amar con ello!

Ma sí. Está bien.

Se llamaba Roy.

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17 Comments

  1. Al leer tu artículo me sentí identificadda. Porque muchas veces me equivoco, meto la pata, hablo cuando no debiera… me siento como el Chavo (uh que tonta soy!) no me siento boluda. Pero tal vez sea lo mismo.

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    1. ¡Como el Chavo! Sí Miriam, a todos nos pasa me estoy dando cuenta. La palabra puede cambiar, la cuestión es el sentir, no es cierto? Creo que hay algo con la sobreexigencia que no nos permite ser plenamente con nuestras fallas incluidas, nos enseñan a esconderlas, a disimularlas desde chiquitos y entonces en vez de aceptar las equivocaciones como oportunidades para crecer y mejorar como personas nos quedamos sintiéndonos humillados y tontos. Es simplemente una cuestión de perspectiva, no?
      Gracias por tomarte el tiempo para comentar. Cariños, Fer

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  2. Jajajaja que risa Fer, todos absolutamente todos somos boludos…pero siempre lo tratamos de disimular (al divino botón)…seria mucho mejor si como vos decís , nos rieramos mas de nuestras boludeces. La risa sana y ayuda a espantar todos los miedos,como por ejemplo quedar como bóludos …

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  3. Me conmoviste, como es costumbre. Brindo por todas las boludas/boludos que nos damos cuenta (al menos algunas veces) y con alegría y un poco más de conciencia, retomamos el camino un poquito más humildes y abiertos!

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  4. ¡Qué lindo lo que escribiste! Es una historia hermosa que tocó mi corazón. Fue como revivir momentos llenos de luz y alegría que tuve el privilegio de compartir con Silvia en Gaia. Agradezco mucho tu inspiración y el deseo de compartirla. Un abrazo, María Marta.

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  5. Que encanto la Ecovilla de Gaia, la visité hace un tiempo…, que encanto dejar todo por un ideal…y que es dejar todo no? me equivoco, es ir a lo verdadero, sin ataduras. Hermoso recuerdo Fernanda! somos muchos los boludos…

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  6. Conocí a Silvia muy indirectamente pero solo de nombre. Me hubiera gustado conocerla en persona, en su villa con sus sonrisas. Pero me encantó encontrarla en esta anécdota reviviendo un poco de las sonrisas en mi boca frente a la pantalla y recordandome que puedo amarme aunque sea también una boluda. jaja
    Gracias!

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  7. Muchas gracias por tu artículo. Cada tanto vuelvo a leerlo. Me enteré de la partida de Silvia leyéndolo, hace algunos años. No lo podía creer… La conocí bastante bien y la recuerdo tal como vos la describís, con mucho cariño y admiración. Me encanta esto que escribiste, está perfecto!

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    1. Hola Axel gracias por tomarte el tiempo de compartir estas palabras conmigo, Silvia fue una mujer excepcional y todos los que la conocimos somos afortunados!

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