Me hago montaña, me hago agua. Mirar el juego con nuevos ojos.

Ya en la época que trabajaba en escuelas descubrí que los pajaritos son los guardianes del juego al aire libre. En cuanto empieza el recreo se acercan y aguardan atentos desde los techos y las ramas más altas hasta que todo termina. Y cuando se ha ido el último niño bajan solitarios o en bandadas a comerse las miguitas que invariablemente han quedado esparcidas por el patio. 

Ahora es diferente pero parecido a la vez. Acaba de terminar otro encuentro de plaza de verano en La Casa Naranja. Ya se fueron los nenes con sus familias y me quedo sentada un ratito en el jardín sintiendo la belleza del atardecer y de las postales del día de Juego. Estoy tan quieta que siento que soy parte del paisaje. Como una pequeña montaña hecha de equilibrio y amor. Ellos, los guardianes del juego al aire libre, se tiran en picada y aprovechan a buscar alguna lombriz entre el pasto y la tierra húmeda porque hoy jugamos con agua. Quizás con algo de suerte encuentren también un trocito de galleta de arroz.

Los veo y pienso que yo también soy un poco un pajarito. Que espero feliz el tiempo en que los niños llegan a jugar. Y corren.

Y son felices. 

Aunque a veces no. A veces se pelean por un juguete… Sólo el cielo sabe lo que me costó hoy no intervenir en ese altercado, porque uno de ellos estaba realmente apenado de no poder conseguir el barco y me suplicaba con toda su hermosa persona que yo hiciera el trabajo duro por él. Y vaya que tenía ganas pero me contuve. Porque conozco de sobra los beneficios de que pueda ser él el protagonista de sus logros. Mientras tanto, las postales de juego continúan… Unos recolectan piedritas en una palangana, mientras otro usa un palito para sacar el barro atrapado en las canaletas de la suela de su sandalia.

También una de ellos juega a dar vueltas y marearse. Y en cuanto esta maravilla sucede, espontáneamente extiende los brazos y separa las piernas para ganar mayor equilibrio. Pareciera ser que está por terminar en el suelo, que sería mejor que no gire así, que no se maree ni un poco. Que no se vaya a ir de traste.

«Te vas a caer»… casi puedo escuchar la voz de miles de adultos advirtiendo que es mejor evitar ciertos juegos.

—Te veo y pienso en una montaña, le digo a la niña que aún está quieta y llena de equilibrio y amor.

Esta idea le encanta. Y no sólo a ella. Otros pequeños la imitan. Algo que podría haber sido un argumento para dejar de jugar se convierte en una razón para hacerlo. Incluso si alguna de las veces, en vez de volvernos montaña, nos caemos de traste y nos hacemos agua. Y caen algunas lágrimas.

Es como con el barco. Y el altercado. Es como el pequeñín que pedía desesperado que un adulto le resolviera el asunto. Y yo me negué.

—¡Te entiendo tanto! Estás enojado, querés el barco, Pablo no te lo quiere dar, querés que yo se lo saque y te enoja que no lo haga.

Me siento a su lado, me agarra la cara, me suplica con los ojos.

Y fue un poco como caernos juntos de traste y hacernos río reflejándonos uno al otro como un espejo de agua. Pura emoción fluyendo.

Sé que mirar a los ojos no es su fuerte. Sé que no le sobran las palabras. Sé que se está esforzando mucho. De verdad. Lo espero, sigo a su lado. Él se sienta. Todo de pronto parece pasar. Como una ola que completó su viaje y simplemente volvió a ser mar.

De nuevo nace la montaña. De nuevo el equilibrio y el amor.

Todo esto bajo la cuidadosa mirada de los pequeñitos guardianes alados del juego al aire libre.

Ahora casi todos los chicos comen galletas de arroz con una mano y banana con la otra. ¿Por qué acaso deberían usar una sola teniendo dos?

Los pajaritos cantan, el juego se levanta. Que sí, que no, que esta miguita me la quedo yo.

 

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s