Si algún aspecto del aprendizaje de nuestros hijos pequeños no se da como esperamos, es muy normal que tendamos a preocuparnos y que pongamos mayor atención en esa área en particular. Incluso hablaremos de ello en casa, con amigos y familiares. Ellas y ellos comienzan a percibir nuestra preocupación y los confunde. Pueden sentir que no están cubriendo nuestras expectativas, que no son del todo adecuados o que en definitiva no están siendo valorados por lo que son sino por lo que (aún) no pueden hacer. Como se dice en Argentina, al mirar a través de los lentes de la perocupación estamos embarrando la cancha.
Sabemos que florecemos cuando somos valorados y se confía en nuestra capacidad para ersolver nuestros propios aprendizajes con autonomía. Es por ello que siempre, pero especialmente cuando los chicos enfrentan desafíos en el desarrollo, trato de trasmitir una mirada que nos permita poner en contexto nuestra preocupación y nos ayude a brindar a nuestros hijos lo que realmente necesitan para florecer.
Hay tres claves que nos pueden ayudar enormemente en esta tarea:
1. Confiar en vez de estimular
La trampa con la estimulación es que a nivel neurológico es un arma de doble filo. Si la acción de estimular surge de la percepción de que lo que nuestro hijo hace por sí mismo no es suficiente, será precisamente eso lo que aprenderá: que su desempeño no alcanza nuestros estándares y muy íntimamente experimentará que su propio modo de ser no es suficiente, lo cual es lo útlimo que deseamos que suceda. Del mismo modo, la confianza se siente en el aire ya que es una función biológica básica de supervivencia de todos los mamíferos. Sabemos que a nivel neurológico, si miramos a nuestros hijos con preocupación, se sentirán preocupados aunque no puedan entender por qué, lo cual es más desconcertante aún. Por el contrario, si los miramos con la confianza de que son seres capaces, se sentirán habilitados para desplegar a pleno su capacidad y esto aplica especialmente a pequeños que enfrentan desafíos en su desarrollo.
La confianza nos permite sostener una comunicación de corazón a corazón y está demostrado que es el pre requisito básico para cualqueir tipo de estimulación que podemos brindar. Se trata de un tipo de intercambio equilibrado, en el que no subestimamos sus posibilidades pero tampoco sobrevaloramos sus nuevos aprendizajes. Permitimos que sea protagonista de sus aprendizajes, no le robamos la satisfacción de que alcance las cosas por sí misma/o ni intervenimos sus procesos de aprendizaje queriéndole ser quienes le enseñamos esto o aquello. La palabra enseñar pone el foco en el afuera, la palabra aprender nace desde adentro. Aprender es lo más natural del mundo. Y así lo demostramos. Esto resulta tremendamente estimulante.
¿Cómo expresar este tipo de confianza?
Vemos a nuestro hijo jugar, desenvolverse, crecer y sentimos: «cada cosa que hace responde a su patrón natural de desarrollo».
2. Apreciar en vez de corregir
Cuando los nenes dicen auto para nombrar cualquier vehículo que ve pasar (sea moto, tren, avion o barco) apreciamos su capacidad de clasificar los medios de transporte y sintetizarlos en una sola palabra: auto. Si le dice mamá a todas las mujeres de su entorno cercano, apreciamos su capacidad de reconocer las figuras de amor y cuidado que le son significativas.
Imaginemos algunas escenas.
Una niña se acerca a su niñera/maestra/abuela para mostrarle algo que le sorprendió o le preocupó llamándola: mamá, mamá. La mujer la corrige, algo incómoda, diciéndole: yo no soy tu mamá. Bueno, eso es algo obvio, ¡ya se que no sos mi mamá!, pensará ella. Pero lo que yo necesitaba era una respuesta a mi necesidad, no una corrección a mi forma de pedir tu atención.
Cuando un niño o una niña no quiere compartir un juegete, podemos ver que sabe conservar lo que le interesa.
Cuando toma algo de las manos de un par podemos ver que le interesa relacionarse con él.
Cuando dice: no quiero, podemos ver que está afianzando su autodeterminación.
Si les decimos: hay que compartir, qué feo sacarle las cosas a los otros, sos un caprichoso, estamos sobreimponiendo nuestro juicio adulto a una actitud que bien puede ser sana y deseable a futuro. Por ello, en vez de corregir, modelamos desde el aprecio de su iniciativa.
Por ejemplo, podríamos decir: Escucho que estás enojada. Querés seguir jugando con ese autito y tu amigo también quiere usarlo. Y esperamos… Seguiremos modelando y acompañando en función de su respuesta.
Si un niño intenta quitarle los juguetes siempre al mismo amigo, podríamos decir: Veo que te interesan todos los juguetes que usa Pedro, me doy cuenta que te interesa conocerlo. O en el clásico caso de subir al auto: Entiendo que no quieras ponerte el cinturón de seguridad, pero lo voy a hacer de todos modos porque tenemos que irnos… Podés elegir qué muñeco llevar a pasear.
Si acompañamos desde un estado de calma y confianza habrá coherencia en nuestro campo cardiáco y los chicos se sentirán a salvo (es una función neurológica de supervivencia, insisto). Entonces, apreciamos lo que sí sucede y desde ahí partimos, en vez de pretender estar en cualquier otro lado donde claramente no estamos. De este modo brindamos la contención de los límites puestos con amor y respeto, con comprención y sin culpas.
3. Respetar
Decía Magda Gerber que debíamos tratar a nuestros hijos como si fuésen nuestros huéspedes. También preguntaba a menudo: ¿por qué creemos que recién cuando un bebé habla se lo debe tratar como una persona?
Tenemos algunas claves para poder respetar a nuestros hijos en su quehacer lúdico y favorecer por lo tanto el tipo de entorno y conexión que son imprescindibles para un buen desarrollo. El mantra de Magda era: wait. Efectivamente, se ha demostrado fehacientemente que ir más lento en vez de más rápido es sumamente beneficioso para propiciar la autonomía en la infancia. Pedir menos cosas en vez de más, intervenir y asistir menos ante los desafíos que puede resolver por sí mismo y por sobre todo interrumpir solo cuando es absolutamente necesario. Saber esperar y aceptar que el juego se despliegue según la agenda interna del niño y no de la nuestra nos llevará a tener expectativas adecuadas y disfrutaremos muchísimo más, liberándonos de la exigencia de productividad del tiempo compartido. Lo esencial para crear un espacio de juego libre no es comprar mobiliario pikleriano o montessori (lo cual no está de más, pero no es ni mucho menos imprescindible). La disponibilidad y el reconocimiento en la mirada del adulto es por lejos la mejor forma de ofrecer a la infancia el mejor espacio de juego libre.