Todos los males del mundo provienen de que el hombre cree
que puede tratar a sus semejantes sin amor.
León Tolstoi
¿Te pasa que desde tu tarea como profesional querés sumar a una conciencia integral pero tu reactividad te juega una mala pasada? A mí sí.
Una nena empezó a venir a La Casa Naranja cuando tenía dieciocho meses. En ese entonces no decía más de cuatro palabras. La pediatra indicó que la madre la entendía demasiado y le dijo que la próxima vez que la bebé dijera: ¡Tita!, la madre le negara la galletita y le exigiera que pronunciara claramente antes de recibir lo que pedía.
Tal vez para vos esto sea una tontería. Pero no es mi caso. Este tipo de anécdotas mueven mis propios traumas de la infancia y entro en modo reactivo. Pondría aquí el emoji de la carita furiosa, la otra que tiene la boca llena de insultos y por último la de los ojos a punto de llorar. Sé que no soy de ayuda en ese estado, pero ¿qué hacer, si es lo que estoy sintiendo? Muchas veces me funciona reconocer mi emoción tal cual y de ese modo puedo conservar la coherencia interna.
Eso mismo hice también ante la madre, lo que me permitió calmarme lo suficiente para pasar de la reacción a la respuesta: ¿A vos, cómo te hace sentir la idea de negarle la galletita si no pronuncia bien la palabra?
Eso fue suficiente. Inmediatamente se dio cuenta de que sería espantosa la situación, lo haría totalmente en contra de su intuición y además estaría sobornando con comida a su hijita. Chin pum. Coaching de un minuto y medio completo.
Un año después la madre aún recordaba agradecida esta breve conversación y nos reíamos juntas porque su pequeña hablaba tanto ¡que terminó siendo cansador escucharla! (Un clásico de la crianza).
Son tantas las cosas que están patas para arriba en el mundo en este momento y es tal el nivel de fragmentación que atravesamos, que quienes aspiramos a acompañar a otros hacia una conciencia integral encontramos que nuestro propio camino está plagado de baches reactivos y en vez de ser parte de la solución reforzamos el problema.
Ya sea que se trate de la salud, la alimentación, el sexo, la crianza, la educación, el trabajo, las relaciones, la identidad, la familia, el entretenimiento y hasta la espiritualidad. A cada paso se nos empuja a un pensamiento binario: esto es bueno, aquello es malo. Es un campo minado y ya no parece haber tema de conversación que nos permita estar a salvo. Antes siempre nos teníamos la opción de hablar del clima, pero con esto del cambio climático…
¿Qué opción nos queda?
Desde los principios del juego libre la regla número uno es contar con un campo seguro, dado que neurológicamente es imposible entrar en estado lúdico si nos sentimos bajo amenaza. Dicho en otras palabras, solo podemos darnos el lujo biológico de jugar cuando nos sentimos a salvo.
El segundo principio esencial del juego libre es valorar las cosas tal como son. Pienso en el ejemplo de Jesús cuando ante el hedor del perro putrefacto mencionó sus hermosos dientes. Esto es valorar las cosas tal como son. Pero, ¿si no estamos en ese nivel de perfección? Básicamente, para sostenernos dentro del campo lúdico podemos dejar de resistir, en primer lugar a nuestras propias emociones. Esto no significa que acutaremos arrastrados por ellas, sino más bien todo lo contrario. Si podemos identificar y valorar nuestro sentir, estaremos mucho mejor posicionados para que nuestro discernimiento nos permita avanzar por el camino del medio en vez de volcarnos hacia los extremos. Podremos responder con coherencia interna en vez de reaccionar desde la inconciencia. Poco a poco, mientras más practiquemos, podremos expandir esta no resistencia a los demás en lo personal y profesional, así como a los cuerpos de ideas y emociones colectivos que nos atraviesan.
La sobreinformación cede el trono a un tipo de conocimiento que proviene del interior. Puedo atisbar mientras escribo estas líneas, el alivio de ser reconocida de tal modo.
Quizás igual que mi pequeña aprendiz de juego libre diciendo tita, estamos queriendo aprender un nuevo código en la comunicación, uno que va más allá de la dualidad. Lo estamos haciendo como cada uno puede, de maneras muy diversas. Es justamente por esta gran variedad de abordajes y enfoques que corremos el riesgo de pelear al infinito a ambos lados de la grieta dejando incluso la vida por demostrar quién tiene razón y quién está rotundamente errado. Aquí es donde aparece el campo minado. Aquí es donde se cierra el juego. Por el contrario, como tan bellamente nos recordara Tolstoi inspirando a Gandhi, Mandela y Luther King, dejar de resistir al mal es la clave para reconocer en esta fragmentación las facetas de un mismo diamante que puede revelarnos la verdad perfecta. Es ese punto en donde el círculo se completa, el final se encuentra con el inicio, el viejo juego de la guerra termina y se abre ante nuestros pies la senda de la autorrealización.